Los números generales de los desembarques de la pesca nacional disimulan la tragedia laboral que acontece en el puerto marplatense.
El bloqueo que en las últimas horas los estibadores eventuales del Centro de Contrataciones aplicaron sobre las Terminales 2 y 3 tiene que ver con la precariedad que sigue reinando en los muelles pese a las promesas acumuladas de Merlini, el propio Sindicato que debería representarlos y el Ministerio de Trabajo.
Pero, fundamentalmente, también con el desplome de las descargas de cajones con pescado fresco. La malaria en la flota fresquera genera cientos de brazos caídos que buscan reactivarse con la flota congeladora.
Ese pase de fresco a congelado afecta a los eventuales, mano de obra disponible cuando se necesita fuerza adicional en bodega. El corte de esta semana no es por el presente sino por el futuro. Se viene la zafra de calamar el mes que viene y creen que con la subcontratación entre cooperativas exterminan sus chances de hacer una buena zafra.
Si el trabajo sobrara, nadie se acordaría de la precarización ni de la falta de aportes o la flojedad de papeles de las cooperativas. Ni siquiera de los subsidios, que el Secretario General del SUPA sigue aguardando como al mesías.
Las cifras confunden. El puerto marplatense se mantiene en la cima de las descargas pesqueras pero irradia pobreza para miles de trabajadores. La estiba y los de tierra, incapaces de poder darle valor a ese calamar que de la bodega de los poteros llena contenedores y se exporta sin siquiera salir del puerto o al langostino que reparte bonanza y prosperidad a cientos de millas de distancia, pero que maquilla los números para no hacerlos más estrepitosos.
Hasta octubre las descargas en todos los puertos contabilizaron 676 mil toneladas, apenas un 0,8% más en relación a los primeros diez meses del año pasado. Un porcentaje plagado de matices que al descubrirlos asoman luces y sombras de acuerdo a donde irradió el langostino.
Mar del Plata recibió casi 40 mil toneladas menos y sumó 277 mil toneladas. Lo que en la foto general es una suba incipiente, en la terminal marítima local es una merma de dos cifras que continúa la línea descendente que comenzó a dibujarse desde que explotó el marisco patagónico.
Hace 3 años Mar del Plata recibía entre enero y septiembre 358 mil toneladas. Falta la merluza que ya no pescan los buques fresqueros que cambiaron la hubbsi por el marisco como especie objetivo.
Así lo muestra la estadística oficial: Bajó un 44% la del sector Norte, un 4,8% la principal del Sur y casi la mitad de la zona común del frente marítimo con Uruguay. En total hubo 27 mil toneladas menos de merluza en todos los puertos.
El corrimiento de flota al sur impacta en otros recursos del variado costero como la corvina y la pescadilla. Medidas restrictivas provocan una disminución en la captura de rayas y demás condrictios. El desinterés por su captura desplomó las descargas de caballa y la anchoíta para la agonía de las fábricas conserveras.
La reducción sostenida de pescado fresco en Mar del Plata dinamitó el servicio de estiba como quedó en evidencia esta semana, con la yapa de la grieta entre la conducción del SUPA y los eventuales de la mano de la CTA y a la industria del procesamiento.
Mientras los eventuales bloqueaban el puerto, en la sede del SOIP sus dirigentes separaban alimentos no perecederos para llenar bolsas de consorcio. El reparto es un tanto subjetivo. El delegado de Solimeno mandó mensaje por whatsapp a sus compañeros para avisarles que pasen a buscarla por el gremio. Si hay obreros que no la necesitan, son los de Tony.
Salvo algunas excepciones las fábricas regalaron bajos salarios cuando no, el goteo sostenido de obreros a la calle. O abrió la canilla como ocurrió con la caída de Loba Pesquera, que despidió a casi 200 trabajadores cuando se presentó en concurso preventivo de acreedores a mitad de año.
El tiempo pasó y las historias de los 50 obreros efectivos que habían tomado la planta de Loba en reclamo por el pago de la indemnización quedó en el olvido. Cinco meses después ninguno de ellos cobró nada. Ni siquiera el 50% porque la empresa los despidió en los términos del Artículo 247 de la Ley de Contrato de Trabajo para pagarle la mitad.
Ya no toman la planta. Se rindieron. Pasaron las elecciones sindicales y la lucha se apagó como se extingue una brasa en la tempestad. Nada estalló ni se rompió. Solo sus sueños de más de 30 años trabajando para Loba Pesquera. Algunos se insertaron en una cooperativa y hacen changas con Los Rodríguez, otros abren zanjas, pintan muros, manejan un remise ilegal, venden huevos o juntan cartones.
En los últimos 15 años el puerto atravesó muchos momentos de tensión en los que el estallido social parecía inevitable. Bloqueos a los accesos de la terminal portuaria, paros de más de 100 días por protestas sindicales, o el garantizado eterno a los que los somete el cambio de modelo pesquero signado por el desabastecimiento de pescado fresco. Nada provoca el estallido. A fuerza de incertidumbre la industria se amolda a la realidad como una plastilina. Cuando hay pescado, delantal y botas blancas. Cuando falta, podador o cartonero. Como las escolleras o la Draga Mendoza, la resignación forma parte del paisaje portuario.
La pesca estalla en explosiones a pequeña escala, familiares y silenciosas. Pero no por eso, menos catastrófica.