Estimar las consecuencias exactas que generará el coronavirus para la industria pesquera nacional es vestirse con una túnica larga, vincha al tono, frotar una lámpara que no funciona y jugar a ser un adivino.
Con China reanudando, muy despacio, algunos polos productivos próximos al foco donde se originó el virus, y sin nuevos casos creciendo a un nivel exponencial, es Europa, la desarrollada, la que esta siendo puesta en jaque, con Italia de fronteras cerradas y España camino a compartir la medida.
Pero no hay que ser adivino para plantear que la actividad pesquera sufrirá graves consecuencias por la pandemia. Porque son sus principales clientes los que están afectados. Recordemos que China representa casi un 25% de las exportaciones en volumen y en divisas. Fueron 107 mil toneladas por 427 millones de dólares el año pasado.
Y entre España e Italia, que compran productos de mayor valor, principalmente merluza y langositno, suman 101 mil toneladas por 512 millones de dólares, sobre un total de 1863 millones.
Si incluimos a Estados Unidos y Brasil, los primeros cinco destinos, los problemas no desaparecen sino se agudizan. El vecino viene devaluando a casi un 20% en lo que va del año y acá no llegamos ni a la mitad. Y el país del norte mantiene algunas barreras que cuesta romper para ampliar el volumen aunque ahora la actividad se va apagando en tanto avanzan los casos por el coronavirus.
Qué se hace para atemperar las consecuencias que generará la crisis debería ser una preocupación de las autoridades pesqueras. Porque no alcanza con erosionar los derechos de exportación. En una economía normal no deberían existir porque son un impuesto al trabajo, a la generación de divisas genuinas que ayudarán a pagar la deuda. Argentina no es un país normal, perdón.
En este escenario habría que sacarle el máximo provecho posible a los productos exportados. Es decir, que promover un mayor valor de venta a partir de la generación de más valor. No es precisamente lo que hemos venido haciendo, seguro. Pero no hay muchas alternativas para aguantar el latigazo que provocará la crisis.
La temporada de Rawson parece terminada de manera anticipada luego que Agropez SA, una empresa controlada por Conarpesa, comunicara hace días que no compraba más langostitno fresco por estar sobrepasada de stock. En Playa Unión celebran que el coronavirus llegó sobre el final del verano patagónico con todo pescado y vendido.
En declaraciones a FM Tiempo, de Rawson, Fernando Alvarez refirió a un bajo nivel de capturas para dejar de comprar. En realidad los problemas del CEO de Conarpesa son otros: los contenedores devueltos y el freno a las ventas. Aunque es verdad que después de 5 días de mal tiempo y la asamblea del SOMU, las capturas bajaron de manera considerable para la flota costera.
Nadie sabe qué decisión tomará el Consejo Federal Pesquero con la apertura al norte del 41°. Puede generar trabajo y actividad para unos y hundir los precios para otros. Imaginar el escenario mundial cuando se abran las aguas nacionales, ya sería un juego de ciencia ficción. Pero esta situación externa debería ser aprovechada para promover y estimular el trabajo que genera el marisco.
Veamos los números del 2019. Más allá de estar saturado el mercado del langostino entero y sufrir una caída de precios, se exportaron 107 mil toneladas de este producto, mayoritariamente aportado por la flota tangonera, que generó 602 millones de dólares, a razón de 5616 dólares la tonelada.
Las exportaciones de cola de langostino requieren aunque sea un mínimo de mano de obra en tierra. Podría ser mucho más si hay políticas que incentiven su reproceso y que por ahora están ausentes. Congeladas en bloque, envasadas y clasificadas en cajas de 2 kilos, en bolsas individuales pelada y devenada y todas las variantes posibles, se exportaron 58280 toneladas que generaron 450 millones, a un precio promedio de 7724 dólares.
Un escenario más que probable es que se acentúen las ventas y por consiguiente el nivel de faena de la flota decaerá, Si a la flota fresquera la mandan a pescar lejos de las concentraciones, más todavía. Por lo pronto para atemperar las consecuencias de este simbronazo podrían desalentar que cola en bloque congelada y con mínimo reproceso se exporte al extranjero para sumarle valor.
Países como Tailandia y Perú figuran entre los diez principales destinos de las exportaciones argentinas en el 2019. Son casi 17 mil toneladas de cola de langostino en bloque que se “escurren” y contribuyen a sostener el empleo en el exterior, cuando en Mar del Plata se perdieron casi 500 empleos en los primeros dos meses del año. El sector pesquero no debería darse ese lujo.
La ecuación no parece difícil de resolver. La industria local debe resolver una cuestión central: la del reproceso en tierra del marisco, hoy fuera de todo convenio colectivo.
El langostino es una oportunidad de trabajo y hay que convertir esta crisis en una oportunidad como lo fue para los obreros de Iberconsa y otros tantos que a partir de acuerdos individuales, el año pasado pudieron encontrar ritmo regular de ocupación con el marisco.
Hoy ningún empresario piensa en sumar personal porque implica sumar problemas. Pero quien se anime debe tener la certeza de que será un empleo eventual. De temporada, como es la zafra en aguas nacionales. Que un día comienza y un día termina.
La eventualidad figura en un apartado del anexo PyME del CCT 161/75 como una modalidad de contratación de personal. Ya esta escrito, no hay que inventar nada. Que el SOIP comprenda su alcance ayudaría muchísimo.